¿Tendrá validez que tal vez sea lunes sin pasado de jueves? Aunque coincida en siete y se obligue a reiterarse en junio.
Trato de recordar, me desobligo a jurar porque los juramentos han caído en desgracia, qué intercambiamos cuando nos vimos por vez primera, con tu hija a mi lado. Silencio, creo. Esos silencios hondos donde la luz del sol llega también a oscuras, y se detiene en la inmensa quietud sin ganas de empujar la rueda. Por un momento, porque hay que seguir, por alguna razón, hay que hacerlo. Las manos como aspas, para empuñar la pala, las piernas como agujas de reloj, para trepar los días, los andamios, los años. Hacer anillos los dedos huesudos, blancos, para blandir la maza y darle a la amargura, aunque el metal quede irreconocible y la médula duela de cantar a los golpes. Caen las paredes, y ahí detrás no hay nada. Se encienden los cimientos y ¿qué hay ahí abajo? ¿Descansarán los sueños? ¿El hastío de perseguir la suerte inabarcable? ¿Las lágrimas que del pañuelo se empeñan en volver a los ojos azules, verdes, grises?
¿Qué nos dijimos? Nada, tal vez. Porque yo mateo largo y vos, tal vez, tres sorbos, ya está, gracias. Otra vez a ponerse de pie, seguir andando, sacudiendo la pala mocha, el remiendo en la mezcladora para que escupa secretos en los baldes, y peinar las paredes con cepillo ladeado por haber arrancado las durezas del lomo de la máquina. Y tal vez enrolles los suspiros con el cable, en tanto acá agujerea la memoria sólo el alambre dulce.
Mi pensamiento atina un salto para evocar nuestras primeras palabras. Cada hora, no ya cada año, memoria de esas distancias. Algunas relampaguean y dudo que sean propias. ¿A quién consultar sin desatar angustia?
¿Será apropiado excavar sin ser ducho y sin echar mano a las flores que se van sin remedio, como nosotros? Imagino que en las hiladas habrá sangre, cabello, uñas, huesos pulgares. Estará el dolor como amalgama extra, con el sudor caliente de los veranos trepando por la gorra, las cejas, lijándote los callos, murmurando en las plantas de los pies. El orgullo amasado balde a balde, acariciado por la cuchara, y edificado con puros amasijos de vida.
Un no alargado, con algunas a minúsculas intercaladas era tu irrepetible mantra. Lo escucho como un eco mientras escapa de mí, cada vez menos poseo menos fuerza para atrapar esa afirmación reversa que barruntabas cuando planificábamos sin una línea, sin lápiz, y papel ausente los retazos de encuentro con forma de pared.
De un salto, sin más explicaciones, la maza de vida machucada a la cintura, el fémur izquierdo bajo un balde viejo, el impaciente bolsillo trasero con el metro, levantabas silencio.
Maestre del infortunio ¿qué pistas mudas busco para explicarte? Paladín aguerrido de la derrota, del desamparo, cómo revelarle a los incrédulos que así se crea bondad. Con esa antigua geometría del desconcierto, que ríe traviesa en esa desventura propia, y elude interferencias a zancadillas ataviado de humo, caídas, sal, lino.
¿Cómo es el cielo de los afligidos? ¿De los sedientos? ¿De los pedaleadores a destajo? Sísifos sin mármoles ni mitología. Callados. Desvalidos. ¿Cómo es el Paraíso de los inseguros que no encuentran el tiempo para entender su leyenda? Únicamente beben de una argamasa secreta. Sagrada humillación de todo despojado. Un salobre recuerdo en días equivocados, noches inacabadas, años incontenibles en tormentas de luto.
Este texto fue escrito durante el IV Mundial de Escritura, realizado en junio de 2021. El autor integró el grupo “el jardín de Alejandra”.