– ¿Nos íbamos a contar todo, no?

– Sí, para eso creamos el grupo de WhatsApp.
– Para mí fue un problema, porque no la voy con la tecnología.
– Igual, estuviste usando los audios, y no está mal…
– A veces es estresante.
– Por eso digo que… no sé…
– …para empezar, al menos. Luego podés investigar un poco y le das para delante. Es todo crecimiento, aprender. Nunca viene mal agregarle sinapsis a las neuronas.
– A mí me calienta que los audios sean taaan putamente largos…
– Ahora se pueden reproducir acelerados.
– … con esos silencios extensos como un chicle de mala muerte. Se quedan sin sabor después de dos manduques, tres si querés, y tenés que bancártelos porque ¡carajo! Porque no hay otra. No hay un mango. Todo va para el culo. ¡Eso! ¡Esto es una reverenda mierda!
– Es que presiono el botón y no sé si debo comenzar a hablar o no.
– Bueno, me pone de los pelos que demos tantas vueltas para establecer cómo comenzamos a comunicarnos. ¡Les juro que ya me olvidé cómo venía la mano! Quiero olvidarme de este quilombo, y ni dimos el primer paso… ¡la concha de mi puta madre!
– Chicas, si nos pusimos de acuerdo en tener un gato, esta tontería no puede hacer que nos llevemos mal. Tenemos ocho horas para cada una en el departamento, no somos tan malas con la limpieza, nos pusimos de acuerdo con las comidas…
– Hasta con el punto de la ropa interior, que es lo más complicado. Admito que por ahí se me fue la mano en ser tan celosa con eso.
– Les digo que estaba desesperada. Me desalojaron en medio de esta putez de la pandemia. Llego a la inmobiliaria y la vieja esa del orto me escupe que había tres interesadas y no podía responderme si tenía posibilidades. ¡Qué enculada me pegué!
– Para colmo viste que había otras interesadas cuando llegaste…
– Pésimo. Llovía, nos habían metido en la fase uno. La vieja nos hacía dar vueltas en esa inmobiliaria como en una calesita rota y tramposa…
– Creo que sólo quería lo mejor. Acostumbro convivir con la desesperación, puedo verla venir, siento su aroma mientras cruzo la calle; cuando la gente me da la mano, intenta abrazarme, besarme y debo apartarla por el riesgo de contagio… pero no sé si este era el caso.
– Coincido en que estuvo bueno que alcanzáramos un acuerdo, le encontráramos la vuelta a la comida.
– Quiero aclarar que la comida la solucionó Delfina, entre otras cosas. ¿Podrías contar cómo hiciste?
– ¡Ahhh! ¿No es delivery?
– Explicale, Delfy.
– Crackie, trabajo en uno de los centros de contención nocturna. Buscamos a la gente que está a la intemperie, le damos refugio y comida por la noche. De ahí viene nuestra cena.
– Con el almuerzo y la yerba para el mate, el arroz y los bolsones de verdura… ¿también sos vos? ¡No me digas!
– Crackie…
– ¡Por eso no estás por la mañana ni a la noche! ¿Y vos Lunaí cómo sabías?
– Una tarde dejamos juntas el departamento… juro que no me propuse seguirte, Delfina, y ví que entraste en la vieja iglesia del Divino Corazón. Armabas bolsones, limpiabas, preparabas los camastros.
– ¿Los dos camastros del depto también los sacaste de ahí?
– Sí, Crackie, también. Lunaí, no sabía… que sabías.
– Perdoname. Nos vemos muy poco en el departamento como para habértelo preguntado. Como enfermera también sé leer los gestos de la gente; me hizo ruido que desaparecieras tanto tiempo por las noches y también te ausentaras por las mañanas…
– Che, ¡me están volando la cabeza! ¿¡Qué pasa acá!?
– ¿Podés explicarlo?
– Nada grave. Soy la última de la congregación del Divino Corazón en el país. Sólo recibía órdenes por teléfono, hasta que dejaron de hacerlo. Tampoco llegó más el dinero para pagar servicios, tasas, impuestos. Cambié los bancos, que ahora están en countries, por mesas y camastros. Vendí la platería, las imágenes y compré cocinas, amasadoras, heladeras, hornos. Quedaba el edificio. Acción Social de la Municipalidad vio lo que hacía, lo sumaron a los centros de asistencia y estoy como ayudante de las asistentes sociales.
Creo que el Divino Corazón de Cristo y de su Madre Divina están ahí.
– ¡Pará! ¿Y para qué estabas en la inmobiliaria en esa tarde de perros?
– Fui a buscar la documentación del convenio municipal, la dueña es escribana, y las ví… Ofrecí los copones como parte de pago, y aquí estamos las tres.
– ¡Me salvaste, Delfina! ¡Esa tarde me salvaste la vida! Sabés que hago limpieza, contá conmigo…
– Chicas, en estos catorce días lo hablamos…


Este texto fue escrito durante el IV Mundial de Escritura, realizado en junio de 2021. El autor integró el grupo “el jardín de Alejandra”.