Uno descubre indicios abrumadores, que en su momento prefiere otorgarles el carácter de imperfectos.

Con el paso del tiempo nos abruma saber que la perfección no existe, tanto menos en lo que nos convertimos como humanos. Algo peligrosamente absurdo, nos ufanamos de esto. Cuando suceden cosas espléndidas, o profundamente desastrosas, optamos por la opción humana-humana, no en la humana-natural. Y ahí, tal vez, pifiamos fatalmente.
En fin, mi esposa era muy delgada, a causa de un estilo de vida frugal, sano. Ella creía que ocultaba, con éxito, una condición cardíaca débil por su velocidad y eficiencia sexual.
Murió durante un plenario con sus seguidoras en Zoom, Meet o Jitsi, en poco tiempo lo sabré, porque por cierta razón no lo hallo en mí. Yo leía en el jardín y escuché los alaridos en busca de auxilio. Algunas señales en su comportamiento me llevaron a desoír los reclamos. Mi nombre. Los juramentos de que me perdonaría. En mi interior las voces discutieron breve y acaloradamente las alternativas: “andá y ayudala”; “deja de se cueza en el propio hervor”.
Elegí la última. La creí más conveniente.
Veremos.
En este punto de mi vida, queridos seguidores, es doloroso tomar decisiones. Igual existe la posibilidad de confundir conceptos, como cuando en el aprendizaje de idiomas -¿qué es la existencia si no un perpetuo aprendizaje?-, viene a mi mente un ejemplo simple: leo, o escucho que muchos entienden “pienso” cuando escuchan “I think”. Nuestro ‘Yo pienso’ lo hemos desnudado del peso que le dio Descartes. En inglés es ‘yo creo’ o ‘creo’ a secas.
Es casi la cruda expresión de un desastre, como cuando nos dicen: “We need to talk”. En estas costas lo reducimos a “tenemos que hablar”. A secas. Sin envío de una tarjeta de cartón, o padrinos para un duelo.
Una vez más, teman, corran por su vida, cuando escuchen “We need to talk”. Nada menos banal; estamos en el preludio de que algo grave acontecerá cuando se dé esa conversación cara a cara.
Igualmente, británicos, si prefieren estadounidenses, por más diferencias semánticas que nos pongan distancias, aunque por la inversa, en la vida real estamos muy habituados a ambos. Nos han mentido en las películas, en las series, en las obras de teatro. Peor aún, asumamos nuestra responsabilidad: nos engañamos al proyectar esas imágenes en movimiento, esas letras de molde perfectamente diseñadas para que el beso, el conflicto, la resolución del asunto lo alcancemos al dar vuelta la página impar y anhelamos llegar a la respuesta que estará allí, a unos escasos renglones de distancia. ¿Hay un mejor método para aferrar al lector-espectador que, ante la discusión, dar alguna señal a vuelta de hoja. Asumamos que nuestras pupilas tienen un largo entrenamiento en conseguir respuestas en las páginas pares.
La vida real es bastante más cruda. Mas preferimos las sugerencias de las fotonovelas, aquello que ocultaba el velo plástico y oscuro que debíamos rasgar en Playboy. En nuestro caso, lo admito, en el devaneo de una mujer, un desconocido o no tanto, que desea pisar el césped, el nuestro -en el sentido literal de mujer y marido, de pareja ajena-, comprobar in situ si es tan verde como se ve a lo lejos.
Si ella, nuestra esposa, o él, su marido, una mañana pregunta “¿quién saludaba?”, cuando divisa a través de la puerta entreabierta ese gesto de nuestra parte, no lo den por una cuestión nimia. Es muy seria. También nosotros utilizamos esa vía indirecta para obtener información sin despertar demasiadas sospechas. Creamos perfiles falsos en las redes sociales, hackeamos su teléfono móvil, si los celos inicuos o la perversa curiosidad nos dominan.
Es nuestra implacable falibilidad.
Errare humanum est.
Natura quodammodo et non hominibus.
Si giran para observar una flor, tengan claro que el néctar es potable para las abejas y para los dioses, no para nosotros, los mínimos.
Especialmente si escuchan pedidos de ayuda durante una sesión de Zoom, y tendrán miles de testigos en su contra por una muerte, una negligencia y un abandono de persona. Y en nuestras manos queda sólo la improbable posibilidad que todos los asistentes al encuentro con su extinta pareja padezcan de muerte teórica severa de información.


Este texto fue escrito durante el IV Mundial de Escritura, realizado en junio de 2021. El autor integró el grupo “el jardín de Alejandra”.