Joseph James DeAngelo ha sido sindicado como el perpetrador de varios asesinatos, violaciones y robos a viviendas en California, Estados Unidos, en las décadas de los ‘70 y ‘80 del siglo pasado.
El asunto vino a su mente luego de ver, con su esposa, el capítulo de Rillington Place, una serie que emitió la BCC en 2016. Protagonizada por Tim Roth, Samantha Morton, Nico Mirallegro y Jodie Comer, ese capítulo inicial introdujo a Reggie Christie, un policía británico autor de varios asesinatos en los años ‘40 y comienzos de los ‘50, también del siglo anterior.
Tras haber cenado y mientras repasaban los asuntos para el día siguiente, la pareja habló de la serie. Con una vuelta de tuerca. El hombre trajo a colación la detención del asesino serial estadounidense, a quien los investigadores atraparon después de muchos años de trabajo. Las piezas clave fueron las muestras de ADN tomadas a las víctimas, mortales y sobrevivientes, de DeAngelo.
Algunos otros medios analizaron el hecho policial con el acento en las muestras de ADN y su cotejamiento entre las víctimas y el victimario. A este último habrían llegado por huellas de ADN en restos de una pizza. Y por muestras de ADN aportadas voluntariamente por algún integrante de la familia de DeAngelo, a sitios web vinculados a la genealogía y el trazado de árboles familiares.
En Estados Unidos la cuestión despertó un sordo debate respecto de la privacidad en relación a las bases de datos de ADN. Se cayó en cuenta que las organizaciones tienen escasa regulación y control; son laxos, cuando no inexistentes los protocolos de seguridad que deben seguir, y, por los que responder ante el Estado y los donantes.
La charla en el matrimonio parecía ir a la deriva en un río poco torrentoso. Con una muestra de ADN se puede llegar a entre cinco y diez personas vinculadas a la persona original. Este habría sido el caso de DeAngelo, según trascendidos que los investigadores no quisieron desmentir ni confirmar.
Mucha gente comenzó a inquirir por el costo de las muestras de ADN cuando trascendió que los científicos podían anticipar qué potenciales enfermedades podían afectarnos en el transcurso de la vida. Se los usaría en la selección de parejas, y anticipar, un tanto, la genética de la prole.
El marido recordó que unos cuantos años atrás, una de las señales televisivas generadoras de investigaciones históricas, documentales, en acuerdo con uno de los gigantes informáticos, distribuyeron, gratuitamente, kits para la toma de muestras de ADN, a lo largo y ancho del planeta. Esto les permitió, por ejemplo, trazar la existencia de vínculos de los hunos que siguieron a Atila, y tal vez a otros como él, que desde Mongolia, conquistaron todo a su paso, siguiendo una ruta de pastos abundantes para su ganado. Hallaron descendientes modernos de aquellos nómadas en Suiza y Francia. Algunos con rasgos genéticos visibles… si se detectaba una insignificante mancha violácea en el coxis de los donantes de ADN, o sus familiares cercanos. En otros casos, individuos defensores a ultranza de la pureza racial, eran desnudados por el registro de su genoma. Un porcentaje de su sangre tenía trazas de aquello que denostaban tajantemente.
¿Dónde estarán preservadas las muestras de ADN de aquél experimento al que aportó voluntariamente gente de todo el mundo, mediante la simple extracción de un poco de saliva con un hisopo, su etiquetado y el costo del envío cubierto por el gigante informático? ¿Estarían dormidas a la espera de otro experimento?, interrogó en voz alta el marido.
Alguno de los artículos periodísticos relacionados con el caso DeAngelo, pusieron la atención en que, comparados con los bancos financieros, los bancos de ADN están pobremente controlados. Y (casi) todos sabemos qué ha ocurrido con los bancos (financieros). Han sido hackeados, robados. Sufrieron filtraciones, operaciones desleales por parte de dueños, empleados.
¿Qué habrá sido de los estudios de ADN que nos hicimos en aquel test de fertilidad?, inquirió el marido. Todas las pruebas me las hice yo, respondió la esposa desde la cocina. Jamás quisiste someterte a ninguna prueba. Con un simple espermograma hubiera bastado, completó. Ah, no lo recordaba, replicó él. Apagó la luz, se cubrió con las cobijas y el sueño lo venció poco después.