Aún si usted no es una persona impresionable, puede desistir de seguir adelante.

Advierto que no pienso referirme a ciertos asuntos ilegales.

Nada de asesinatos, estafas, robos. Asuntos anti-éticos. Tampoco respecto a cuentas off-shore, robos para la corona, robo pero hago, la revolución… qué vachaché.

Tampoco pretendo vender algo.

Si alguien saca provecho, allá él/ella.

Es algo relacionado con un tarea cotidiana. Debería ser un servicio. Y tampoco me refiero a gobernar.

Relacionado con una tarea cotidiana, esencialmente para los habitantes de casi toda Argentina, Uruguay por completo, el Sur de Brasil y, sí, Paraguay a full, sin dudas. También Bolivia y Chile.

En las zonas aludidas, aunque la costumbre arraigó en parajes lejanos, a fuerza de exilios, exportación de juventud, búsqueda de nuevos horizontes, sueños que deben alcanzarse antes de los 30, se bebe mate. ¡Tomamos mate, bah!

Y lo disfrutamos a cada momento. Amargo. Dulce. Muy caliente. Frío. Lavado.

Con y sin palo. Con yerba orgánica o altamente industrializada.

Con azúcar. Stevia rebaudiana. Sacarina. Cedrón. Limón. Café. Menta. Yerba burrito. Con leche. Con ginebra.

Con mano de obra esclavizada. O altamente empobrecida. Ninguneada por la solidaridad. O la Responsabilidad Social Empresaria.

¿Ellos también disfrutarán el mate?, me pregunto, refiriéndome a los más postergados. Y me respondo afirmativamente de inmediato.

¿Sabés cuántas horas llena la panza una pava de agua caliente, mantenida viva sobre el rescoldo, abrasada por el aceite quemado de automóvil? ¡Puesta a calentar sobre un calefactor! ¿Electrizada por las pavas modernas?

¿Sabés cuántas horas calma una panza bullendo, un kilo de pan con agua calentita que pasa de mano en mano? No hay nada en el mundo capaz de explicarlo. Al menos yo no puedo. Y se me caen las lágrimas de vergüenza.

Son olvidados, como la mugre, la borra atorada en la bombilla desde vaya a saber cuándo.

¿Por cierto, cada cuánto (tiempo) limpian la suya? La bombilla para el mate, digo.

Sí, la bombilla, ese artefacto tubular, con un filtro en la punta con la que introducen el agua proveniente del mate en su boca.

Si lo prefieren más técnicamente, ese tubo de plata, de oro, de alpaca, fierracho simple, caña o metales varios que se introduce en el mate de madera de caldén, de palo santo. De plata, calabacitas, porongos, huevos de toro; mates de loza, labrados, rajados, de silicona, plásticos, de cerámica, de vidrio, de cuerno de bovino. Con figuras gauchescas, budistas, políticas, frases rimbombantes, nombres. Entregados en campañas electorales. Labrados. Firmados por candidatos. Entregados con la leyenda: “Tomá mate. Gestión Fulano de Guay”. Fabricados en China.

Alguien me dice, mientras escribo, que en algunas zonas de Paraguay y Brasil llaman al mate, al recipiente, caiguá. Que deviene de las ancestrales voces guaraníes - ¿tal vez tupíes? -, caá (hierba), í (agua) y guá (el recipiente en sí). Y de allí el significado: recipiente para el agua de la yerba.

Muchos ponemos sumo cuidado en la ceremonia del mate. Es un rito casi eclesiástico, religioso. Con mandamientos:

  • No te atrevas a utilizar un mate sin curar.

Para esto, se debe llenar el mate de yerba, sin usar - nunca echar mano a yerba de segunda mano, menos secada al sol (esa ceremonia reservémoslas, si quieren, para tiempos electorales en que el candidato electoral acostumbra beber mate con el común de la gente).

También se puede mezclar la yerba con ceniza vegetal y verter agua bien caliente (ya deberá acostumbrarse el mate a las jornadas de labor en las redacciones de diarios y en las comisarías). La mezcla deberá mantenerse, no a la intemperie, durante dos o tres días, hasta que el sabor impregne las paredes del mate.

¿Para qué la ceniza?, preguntarán. Para que el porongo sea más resistente. Aclaro, con el riesgo que este primer mandamiento resulte eterno, que el porongo es en realidad una calabaza que desde la antigüedad es utilizada por los humanos para almacenar, transportar agua. Algunos dicen que porongo deviene del quechua poronco, que se refiere a una vasija o recipiente de barro cocido.

Hay quienes curan el mate con carbones encendidos. ¿Debo aclarar que colocados en el interior del porongo?. Y quienes prefieren el mate dulce, echan primero en el recipiente azúcar, melaza, miel. Y zarandean el conjunto cuidadosamente, impregnando el ambiente de un aroma inigualable. (No confundir con el carbón de azúcar).

  • La temperatura del agua.

Este asunto tiene sus cultores extremos, como en todos los asuntos. Algunos hablan de 60, otros de 70 y, creo que la mayoría, prefiere el agua para el mate a 80 grados Celsius. ¿Prefieren centígrados? Bien.

Ya se fue a descansar, me refiero al querido Pedro Di Nardo. Si querías tomar mate con él, debías dejar que comandara la escena. Y esto implicaba que el mate debía ser cebado, y bebido, con el agua a una temperatura de 80°C. No más. Ni menos.

Muchas veces yo temía por la integridad de sus manos. Lo que a mi me parecía desafiante, para él era tan natural como mesar su bigote: introducía un termómetro en un recipiente - no siempre era una pava, sino un recipiente metálico adecuado -, en el que había, un calentador - eufemismo con el que se referían a una resistencia eléctrica similar a la que se podía hallar en el interior de los calefones eléctricos -. Un dispositivo que en un extremo tenía una resistencia, y en el otro, un enchufe. De un lado la resistencia, del restante, la conexión a la red eléctrica.

Entonces, el precioso líquido, religiosamente calentado a 80°C, y protocolizado por termómetro, era trasvasado a los débiles termos con botellas vidriadas. Son referencias antiguas, de otros siglos, de otro milenio, pero entre quienes los rodean seguramente hallarán muchos testigos de su existencia. De que esos benditos termos eran muy frágiles. Lo importante era el conjunto, porque celebrábamos ceremonias que se disfrutaban. Que aún disfrutamos.

En la actualidad, los más jóvenes, en escuelas, en universidades, están habilitados a tomar mate en las aulas. ¡Los quiero ver cuando recuerden esto en 50 años! Tal como me ocurre con el rito del mate, con café, junto a la cocina a gas, cebado por mi tío Natalio. No existían arangúrenes, devidos ni dromidarios que estropearan las sensaciones.

Había una ética del mate en esa ceremonia. Para mi tío no había habeas corpus que valiese. La mitad de la pava tenía que posarse sobre la hornalla de la cocina, la llama azul vivaz haciendo lo suyo, el agua bañando la yerba y alguna cucharada de café molido.

  • El mate se comparte

El tercer mandamiento, aunque no desprecio el mate en soledad, es que debe compartirse. De a dos. De a varios.

Así, donde hay una matera, aún en medio del cemento más acérrimo, se establece el espíritu de un fogón. Se comparte. Se bromea. Se llora. Se ríe. Se paga derecho de piso. Mario Vega me probó como cebador de mate en la desaparecida redacción de La Arena, en la calle 25 de Mayo.

Y Juan Ricardo Nervi, ese castense-itálico que enalteció La Pampa por los senderos que anduvo, me comentó que de muchacho, cuando Raúl Isidoro D’Atri lo conchabó en el diario La Arena, aprendió a redactar cebando mate, de escritorio en escritorio, pava en mano.

  • Humildad

Casi como al descuido, Nervi me enseñó que con el mate, en algunas privilegiadas ocasiones, se bebe humildad. Casi como al descuido. Criollamente. Humildad criolla, aunque esos ojos celestes se humedecieran tras haber recorrido tantos caminos.

  • ¿Qué significa?

En el quinto punto de estos mandamientos podríamos incluir las diversas interpretaciones ligadas a si el mate que llega a tus manos, a tu boca, está muy caliente, muy aguado, chorreando, llorando. Y la amenaza implícita ligada a un mate que regresa con la bombilla invertida. El pico clavado en la yerba.

En fin, no sé por qué traje esto a cuento. Hoy mi intención era hablar de una tarea desagradable. Al menos para mi. Caer en cuenta que a la bombilla se la debe desembarazar del sarro. De la mugre. Y caer en cuenta que está asociada a lo ingerido hasta ahora.

Esa costra que se abraza a las paredes de la bombilla, útil a los denostadores del mate que nos enrostran: “¿Y? ¡Qué lindo adorar algo que va de boca en boca! ¡Tal vez hasta con las babas del mismo diablo!”

Los amantes del mate tenemos a mano el barniz cuasi religioso que envuelve a esta ceremonia. En ocasiones, sin embargo, es preferible callar; la profundidad del silencio es más contundente, aunque bien podríamos replicarles que los sacerdotes jesuitas organizaron en la Provincia Paraguaria, del Virreinato del Perú, el cultivo y explotación de esta planta que los científicos denominaron Ilex Paraguariensis, y conocemos vulgarmente como yerba mate, yerba de los jesuitas o yerba del Paraguay.

Y los jesuitas, como otros monjes, saben de bebidas, de dulces. Durante siglos, milenios, si nos retrotraemos a los egipcios, inventaron bebidas.

Si prefieren el lado Papageno y no la flauta mágica que empuja el agua con toda la energía hacia la cabeza del degustador de mate, allá ellos.

Pero, esa es otra historia. Después me cuentan.

Hasta luego.