Tocaste mi corazón,
con Tu mano
y quedó herido.
Herido está, de hecho.
Y es tan sutil
y profunda Tu presencia
que nadie la comprende.
Ni la razón, la ciencia,
la fuerza del enamoramiento.
Está allí, transida, fuego
que arde con llama invisible,
fuego que anida sin ser
comprendido. Porque parezco
muerto, inerme, y estoy vivo
mientras menos complazco
mis sentidos.
Agridulces latidos, dolor
inmenso que no urge.
Solo permanece, estático
y no seduce, ni formas
chabacanas traducen
las dulces espinas
que dejaste ancladas.
No es la renuncia de la
carne lo que clamas.
Que la abrace toda, y
no lo sepan, que arda
en el fuego, liberada
en la inmensidad del alma.
Aliada al Universo
donde nada puede, ni
podrá el perverso,
porque mi alma conquistada
fue por tus espinas
cuando la traicionaba
con la ilusión dorada,
falsa. Escucho tu Voz,
llega de los universos
sutiles,
allí donde perversos,
gentiles
se muestran; burdos
intermediarios.
Me quedo en tí, con
tu rosario de una
espina, que tocó
mi corazón. Y era
Tu mano suave,
dejándome una muestra
del Humano dolor
que había evitado.