Ni en puntas de pie

“Sí, creo que se llaman térmicas”, dijo G..

Por más que yo abría y cerraba los cajones del cerebro en que almaceno los términos y las consecuentes descripciones, no pude responder. Estaba demasiado atraído por ese espejismo rosado desplegado en el cielo.
Provenían del sector celeste que nos atraía con sus formas.
Hablábamos del clima, que al fin la primavera parecía haber asentado sus reales en el área. Los ventarrones querían ceder, o tratábamos de convencernos de ello –pretendíamos conjurar nuestros temores a los cambios naturales; los terremotos (Pacha kununuy¹, me decían antiguas voces quechuas, sin avanzar más) y a los huracanes (U K’ux Kaj², susurraban otros), al fuego (Agni³, musitaban a mi espalda)–, salpicando tópicos tal vez triviales.
G. ya había realizado su entrega, y desde el marco le señalé una forma rosada en el cielo. Aparentaba elevarse sobre nuestras banalidades. G. se detuvo en la vorágine de las ventas. Olvidados del ruido de su camión, nuestra mirada se dirigió al Noroeste, al cielo.

• ¿Es una garza?
• Tal vez. O quizás un flamenco –respondí. Alcanzo a distinguir un tono rosado.
• ¡Es inmenso!
• ¡Es maravilloso!

Nienpuntasdepie, tansiquiera con burdos saltos podré descifrar esevuelomajestuoso. Ahhhh, qué limitado soy, pero aún así llegué a la par de la bandada. Absoluto ignorante de la física del vuelo, sólo podía girar mi cabeza, seguirte con los ojos y la imaginación, mientras mi cuerpo se sentía protegido por la gravedad.

Pude volar contigo. Alado fui, por unos instantes. Majestuoso. Hendiendo el aire. Torpe en mi caso, al perder alineación con la formación de vuelo angulada.

Acariciaste mi corazón brevemente. Mi alma se estremeció con tu belleza.
¿Tonto de mi que encuentro indescriptible tu elegante travesía? Afortunado soy, de sentirme extasiado en tu presencia.

Crédito de la imagen: Flamingo, by Bruno Miranda.

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