Hay una rosa del desierto.
Con vestiduras blancas.
Auxilia a los viajeros perdidos, condenados.
A los sedientos, extraviados, envueltos en las
sofocantes tormentas de arena.
Deja el castillo, la ciudadela, y va al rescate
de los desamparados. Me conmuevo al pensar en ella,
sus escuderos le aconsejan dejar a los pobres
infelices librados a la ley del desierto.
Ella es la verdadera rosa del desierto.
Eligió vigilar los valles en busca de quienes
nos lamentamos perdidos en las
ilusiones de nuestras tormentas de arena.
La verdadera rosa del desierto,
con sus vestimentas albas, el
néctar salvador en sus alforjas,
acude en nuestro auxilio.
¡Auxílianos, Señora del Desierto!
Somos viandantes, caminantes, peregrinos.
Ella nos busca, nos recuesta en
su regazo, y nos asiste, para que sigamos adelante.
Ella es la verdadera rosa del desierto.
La Madre Abbhumi recorre los milenios.
Nos da cobijo e impulsa nuestros pasos.
Los velos blancos protegen los misterios.
Observa desde el cielo.
En el castillo atempora.
Observa que perdemos el camino.
Se compadece y nos da su amor simple,
desconocido para los humanos.
Nos protege. La verdadera
rosa del desierto.