Dos mil dieciséis años esperamos su regreso.

Él también esperó, espera, esperará por todos. La suya es una espera inefable. Muy pocos la conocen a la perfección. Yo no. Mi esperar es sólo humano.

Más de dos mil años atrás anunció su regreso. Dijo que regresaría en el fin de los tiempos. Cada segundo de estos dos mil años fue en sí­ mismo el fin de los tiempos. Guerras, hambrunas, pestes, muertes absurdas, vidas miserables, calamidades propias del egoí­smo. Cada segundo fue el fin de los tiempos. La sangre derramada del que sacrificamos en la cruz nos acompañó cada instante.

Su espera es inefable. La mía, tal vez la tuya, es desesperada. Dijo que regresarí­a a cerrar estos tiempos, e inaugurará otro. Unos soñaron y predijeron infiernos por venir mientras en nuestra mortal espera, tantos de nosotros olvidamos -yo olvidé-, sus dos mil años de ayuda alimentados con su sangre y con su pan.

Disfruté cada segundo de estos más de dos mil años. Los dilapidé, envilecí­, traicioné. Fueron enriquecidos sólo por un puñado de entre los miles de millones de humanos. Yo creí­ y creé infiernos, paraí­sos, limbos. Dioses, mitos, religiones, creencias, métodos. Pocos crearon Vida. Yo no.

Aproveché y embolsé a manos llenas los beneficios que otros produjeron. Pensamientos, filosofía, invenciones, medicinas, arte, palabras, sacrificios, cobijo, riquezas, viajes al espacio, tecnología, desapego, Amor. Yo di mañanas, promesas. Me vestí, usé y aproveché hasta el hartazgo aquellos bienes.

Él, esperó, espera, esperará, inefable. Junto a los suyos, los nuestros. A los que prometimos y solo dimos mañanas: “si me das el paraí­so, un buen limbo, el nirvana personalizado, yo sería capaz de entregarte algo”. “Si me das ahora la iluminación… seguro que mañana cumplo”.

Él dejó su vestidura humana más de dos mil años atrás, y ya la retomó. El mundo cambió, nosotros también. Al menos en algunas cosas. La psicología, las ciencias determinaron que tengo restos neandertales, pre-homí­nidos; soy un registro de momentos que la historia no tiene registrados. Tú también. Y sé que soy ángel y demonio. Esto lo debes responder por ti mismo.

Él tomó la cruz que fabriqué para que cargara sobre sus hombros. Y expiró allí dejándome su perdón por dos mil años. Porque no supe lo que hice, ni sé lo que hago. Solo Él sabe si haré lo que espera de mi.

Creo que ha regresado. Nos dijo que regresaría en dos mil años. Regresa por su Madre, la que dejó a nuestro lado encomendándonos a Ella -Hijo esta es tu Madre- y Ella a nosotros -Madre, este es tu Hijo-. Y tomará de nuestras manos, mentes y corazones lo que prometimos.

No se quedará con estas palabras. No puedo saber si con las tuyas. Tomará el carboncito que hemos guardado bajo siete llaves, bajo nueve velos, bajo seis gotitas de sangre para ofrendárselo. ¿Seremos leves como el aire? ¿Apenas cenizas, de las que provenimos?