Armstrong no pudo disponer sobre su muerte ni lo que acontecería luego de ella las disputas legales, acuerdos financieros porque murió por un descuido, un desacierto. Fue olvidado, su aporte sólo un mojón para una carrera; atrás quedaron otros colegas sacrificados, atrás quedaron el polvo lunar sobre los trajes, suspendido en el interior del módulo, que olía a ceniza, a restos de un incendio y en la superficie terrestre ya no olía no perfumaban si no en la Luna, inerte por insuflarnos vida y quedarse atrapada en el abrazo, hasta su despedida.